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FILOIDEAS

~ Mis opiniones, ideas y cuentos escritos en Israel

FILOIDEAS

Archivos de etiqueta: gata

DOMESTICAR UN GATO

20 Domingo Nov 2016

Posted by cindyisrael in Sin categoría

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Etiquetas

amor, Antoine de Saint-Exupéry, confianza, domesticar, escondite, gata, gato, gatos, miedo, mimos, paciencia, principito, trauma

– Por favor… domestícame ! – dijo.

– Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

– Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, domestícame !

– Qué hay que hacer ? – dijo el principito.

– Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

Al día siguiente el principito regresó.

– Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad ! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos.

                          Párrafo del capítulo 21 del Principito de Antoine de Saint-Exupéry

     Un gato tiene básicamente una gran diferencia con un perro o un zorro (como en el caso del Principito). Él también puede ser muy fiel, nos esperará en la puerta al llegar, nos consolará si estamos tristes y se quedará a nuestro lado si estamos enfermos. Incluso nos defenderá si cree que alguien nos está atacando. Pero el gato es independiente. Le encantan los mimos… cuando él quiere. Intente acariciar a un gato cuando el que quiere es usted y no él. Podrá esperar alguna de estas reacciones: simplemente se va dándole la espalda, que le dé un rugido de advertencia indicando que mejor no se acerque o en el peor de los casos, le tirará el zarpazo. Se les llama domésticos, como a los perros, porque viven en las casas con las personas, pero intente enseñar un truco a un gato. En el mejor de los casos, si lo consigue, es muy probable que no lo repita cuando usted quiere mostrarle a alguien lo que le ha enseñado. Si quiere grabarlo, no me extrañaría nada que tuviera usted que hacer varios intentos. Será por esa rebeldía intrínseca en ellos que muestran que son dueños de una gran personalidad, por su independencia que los capacita para decir que no cuando no quieren algo o no les gusta, que hace que yo los ame tanto. Los perros me encantan, ojo, mientras sean de otros. Pero en general los veo muy sumisos, quizá algo tontos.

     ¿Ha intentado usted domesticar un gato? Yo sí, y con algunos resultados que les quiero contar. Pero mi domesticación tiene más que ver con la explicación del zorro de nuestro ejemplo que con la idea de lograr que el domesticado se someta a mí. Domesticar no puede, o no debería ser de ningún modo, esclavizar, someter. Cuando pasó lo que les contaré, con la idea de ayudar a quienes necesiten domesticar a un gato, no recordaba estas líneas del Principito. Sin embargo, mi técnica, no difirió mucho a la del relato. Aunque en mi caso, no me senté en la hierba.

     Tengo una amiga a la que quiero mucho. Ella suele viajar seguido a Alemania y a veces dentro del país. Tiene dos gatos en su casa (gato y gata) y cuando viaja necesita que alguien se los cuide. Esa soy yo. Pero debí creerle respecto a la cantidad de felinos con los que convivía, porque yo siempre veía sólo uno. La gatita, durante la guerra del 2006 quedó traumada por los misiles y desde entonces se ha vuelto muy desconfiada y cuando alguien llega a la casa de mi amiga, ni bien escucha la puerta, corre a esconderse. Y lo hace muy bien, porque es difícil encontrarla, casi imposible. Eso me preocupaba mucho. Mi amiga me había dejado el teléfono del veterinario por cualquier emergencia, pero ¿cómo podía yo saber si había una emergencia con ella si no sabía siquiera dónde estaba? Así que entendí que iba a necesitar mucha paciencia y amor.

     Cada vez que llegaba a la casa de mi amiga, saludaba a ambos gatos utilizando sus nombres. Lo mismo hacía al irme. Esa etapa duró varios días. Una vez, ella estaba en un lugar donde creía que no la veía, y la verdad que no era fácil detectarla, porque es totalmente negra, con apenas un poco de blanco en el pecho. Si está en un lugar obscuro y con los ojos cerrados, es difícil encontrarla. Pero ese día la vi. Despacio y a la distancia me agaché para estar a su altura, siempre mirándola fijo y sin quitarle la mirada. También le hablaba, con voz tranquila y pausada, explicándole que la amaba y no quería hacerle ningún daño. En el segundo en que desvié apenas mi mirada, ella aprovechó para salir corriendo. A partir de ese día, ella salía de su escondite. Me miraba sentada desde lejos y yo repetía la misma operación. De a poco empecé a llamarla, a invitarla a acercarse, a extender mi brazo con la palma hacia arriba, para que se atreviera a olerme y reconocerme. Cada día se animaba un poco más y se iba acercando. Hasta que un día me olió la punta de los dedos. Dudó sobre si acercarse más o no, y finalmente corrió a esconderse otra vez. Otro día logré acariciarla apenas, con la punta de los dedos. Lo importante en todo momento es que no traté de apresurar nada, respeté sus tiempos, sus retrocesos, sus temores.

     Un día, para mi sorpresa, encontré una pelotita de juguete en el comedero de ellos. No me pregunten cómo lo supe (porque no lo recuerdo), pero entendí el mensaje en seguida. Fui a donde estaba y le arrojé la pelotita (de modo tal que no lo confundiera con una agresión) y ella se puso a jugar. Eso mismo lo hizo alguna vez más. Otro día se atrevió a subirse a un mueble cercano a donde yo estaba y se dejó acariciar, pero por tiempo limitado, no era cuestión de que yo me creyera que ya lo había conseguido. Poco a poco fue ella la que me buscó a mí y hoy en día me reclama si no la mimo cuando ella así lo exige. Incluso compite en quién me ama más con el otro gato. La verdad sea dicha, los amo a los dos, pero a mi gatita más (que nadie les vaya con el chisme, por favor).

     Esa fue mi mejor experiencia como domesticadora gatuna. Y es que domesticar, para mí, es lograr que el otro entienda que lo amamos sin miedos, respetándolo siempre. A veces, en las relaciones humanas, pasa algo parecido. Hay gente que cree que el cariño y el respeto se imponen, no entienden que sólo deben domesticar.

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Gato fotografiado en Caesarea, Israel. © Todos los derechos reservados.-

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HOSTILIDAD

14 Domingo Dic 2014

Posted by cindyisrael in Cuentos Breves

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computadora, delegación, dormir, empanada, gata, hostilidad, lavarropas, médico, ojo morado, peces, perro, pie, policía, psicólogo, psiquiatra, rasguño, sonambulismo, sonámbula, sueño, tobillo, uña

Esta mañana mi marido me amenazó con denunciarme a la policía porque dice que lo golpeo, pero eso no es verdad. Todo porque amaneció con un ojo morado y cojea de un pie en el que tiene el tobillo como una empanada. Asegura que mientras dormía lo insultaba y golpeaba sin piedad, pero yo no recuerdo nada ¿Será por eso que amanecí con una uña despegada del dedo y un rasguño en la cara? Trato de hacer un esfuerzo, pero no recuerdo qué soñé anoche. 

No es la primera vez que me ocurre algo así, en una ocasión debieron tirarme un baldazo de agua para despertarme porque me puse a arrojar y romper cosas y antes de eso, salí de casa y comencé a patear tachos de basura. En aquella ocasión me llevaron a la delegación, pero como se dieron cuenta que actuaba sonámbula, me soltaron en seguida con la recomendación de que hablara con mi médico.

Fui a mi médico y me mandó a hacer un estudio del sueño. El problema es que estando dormida me arranqué todos los cablecitos e intenté ahorcar a los peces que tienen en la sala de espera. De ahí me derivaron directo a un psiquiatra.

En el psiquiatra la cosa no fue mejor. Él pensó que la mejor manera de descubrir qué me pasaba era con hipnotismo, pero en cuanto me quedé dormida empecé a dar saltos en el sofá y a subirme a todos los muebles al ritmo de conga. El doctor logró despertarme justo cuando estaba por ingerir unas cápsulas para dormir y me pidió que me retirara de inmediato, no sin antes cobrarme una abultada suma de dinero en la que incluyó todo lo que le destruí.

Volví al médico muy preocupada y me recomendó probar con un tratamiento psicológico. Me aconsejó que no fuera a ningún profesional que utilizara sofá, para evitar el riesgo de quedarme dormida y armar más estropicios. Obedecí, porque en mi situación no estaba para discutir y ya no sabía qué hacer conmigo.

El psicólogo me dijo que podría ayudarme, pero que el tratamiento llevaría un tiempo y que entre tanto debía buscar una solución para evitar actos de violencia y destrucción mientras dormía. En realidad exageraba un poco, porque fuera de lo que conté, sonámbula sólo he llegado a meter la gata en el lavarropas, tirar la computadora recién comprada a la basura y arrojar por la ventana al perro. Tampoco es que fuera siempre tan violenta.

Regresé a casa algo desilusionada, porque yo necesitaba una solución inmediata y nadie parecía tenerla. Así que con mi marido hemos tomado una decisión, hasta que el tratamiento psicológico de resultado, dormiré en una habitación acolchada de un psiquiátrico con camisa de fuerza. Menos mal que al menos me dejaron elegir el modelo que más me gustara.

Acre, Israel. © Todos los derechos reservados.-

14 de diciembre de 2014.

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